El amor misericordioso de Dios

Sábado, 14 Septiembre 2019 - 2:45pm

Trujillo en Línea.- Jesús nos muestra el amor misericordioso de Dios. Él sale al encuentro de quienes son rechazados por los fariseos, los “puritanos” pegados a los formulismos religiosos que critican sin importarles la dignidad del otro, diciendo con desprecio “Ese acoge a los pecadores y come con ellos” (v.2).

Jesús se sirve de las parábolas: El pastor, se alegra, cuando encuentra a la oveja perdida, la mujer se alegra al encontrar la moneda, el Padre bueno y misericordioso, acoge con ternura al hijo perdido que vuelve a casa. Es la alegría de Dios cuando una persona cambia su vida, cuando nos sentimos necesitados de Él y toca lo más profundo de nuestro corazón que cambia totalmente nuestra manera de ser y de actuar. Es el gozo y la alegría de un Dios que nos invita a una misión: acoger a la persona con amor, respeto, compasión, misericordia, si queremos ayudarle a cambiar de vida.

Nuestro país en sus dirigentes necesita recuperar ese sentido de humildad, tolerancia, compasión, misericordia y perdón, dialogar con honestidad para buscar alternativas concretas en las políticas de educación, salud, trabajo, en el cuidado del medioambiente. Reparar, reconstruir el país, significa que todos los poderes del Estado, trabajen en serio, por la dignidad de las personas. Dios no perdona al corrupto, “tan encerrado y saciado en la satisfacción de su autosuficiencia que no se deja cuestionar por nada ni nadie”. (El nombre de Dios es misericordia. Francisco)

Jesús garantiza la libertad de buscar a los “perdidos y excluidos” por sus ideas, origen, lengua, economía. “Hay más alegría de Dios por un solo pecador que se convierte (v.10), que por noventa y nueve justos.

Dios toma la iniciativa del perdón porque es un Padre compasivo y misericordioso, pero espera de nosotros una respuesta de un cambio radical en nuestra vida.

El hijo menor derrochó su fortuna viviendo una vida desordenada. Al no tener nada se emplea como cuidador de cerdos (cf. Lc 15,14-16). No se quedó lamentándose de su vida. Sino que recapacitó: “Cuántos jornaleros de mi padre, tienen pan suficiente, mientras yo me muero de hambre” (v.17). Vio su realidad de sufrimiento. Profundizó en su vida. Tomó la decisión de cambiar de vida: se puso en camino a la casa de su Padre (20). El Padre salió a su encuentro, lo abrazó y besó con ternura. El hijo mayor se puso
celoso, irritado, no comprendía como papá podía acoger a ese hijo que había malgastado su fortuna con prostitutas (c. 27-30). Dios nos invita a acoger con amor a quien se convierte de corazón, lo mismo necesitamos conversión social. Dios perdona el pecado, pero no la corrupción que se convierte en un sistema, porque el corrupto no reconoce, ni cambia, sino que usa el poder para continuar en el camino de la maldad. Dios nos abraza, cuando tenemos un proyecto serio de mejorar nuestras vidas y de buscar el bien común. Celebra el banquete de la alegría, nos invita a su mesa, cuando en serio, compartimos el pan del amor, justicia, verdad y esperanza.

Sanarse a sí mismo y ayudar a sanar otros de sus heridas. Retomemos el camino de regreso a la casa del Padre de la misericordia, para tener una nueva vida personal y comunitaria. (Fr. Héctor Herrera, o.p.)

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